Isla de basura flotante del pacífico

Existe una isla de basura flotante ubicada en el Océano Pacífico a 1000 kilómetros de Hawai que mide unos 3,5 millones de kilómetros cuadrados y pesa alrededor de 3,5 millones de toneladas. Esto sucede porque los desperdicios son arrastrados por las corrientes marinas al centro de la isla. ¡A tomar conciencia y no botar basura en los mares!



El desprecio con el que el hombre trata a su propio hogar crea monstruos imposibles. Un grupo de científicos y ecologistas ha encontrado en medio del océano Pacífico, a 1.000 kilómetros de Hawai y a cientos de cualquier frontera nacional, una isla de basura que, calculan, puede alcanzar tener el triple del tamaño de España, una extensión de casi 1,7 millones de kilómetros cuadrados. Y sigue creciendo. Los desperdicios humanos se agrupan en un remolino gigante provocado por la fuerza de los vientos y las corrientes que actúan en la zona. Al parecer, el vertedero flotante no es el único que existe disperso en los océanos del planeta. Los investigadores creen que hay cuatro más de dimensiones que asustan.

Esta verdadera vergüenza que denuncia la falta de respeto del hombre hacia la naturaleza se descubrió de casualidadpor el oceanógrafo norteamericano Charles Moore, mientras realizaba una competición de veleros en el año 1997.

La isla de basura se formó en el Giro Pacífico Norte, formado por las corrientes Norte Pacífica, California, Norte Ecuatorial y Kuroshio. Es una enorme “sopa de basura gigante”, y su extensión no se conoce del todo, aunque se dice que tiene dimensiones semejantes a las de la Península ibérica.


La isla sucia del Pacífico está compuesta por todo lo imaginable: bombillas, tapas de botellas, cepillos de dientes, objetos procedentes de las alcantarillas, boyas, aparejos y redes de pesca... Destacan sobre todo las pequeñas piezas de plástico, un material ligero y duradero que además está omnipresente en las sociedades modernas. Curiosamente, el plástico se ha dividido en millones de pequeñas piezas, algunas del tamaño de un grano de arroz. Es muy parecido al efecto que ejerce el mar sobre las rocas y la arena de la playa, pero, obviamente, sin pizca de belleza y mucho más lamentable.

TOXINAS ACUMULADAS

El detritus no sólo contamina las aguas, sino que también envenena a los peces, que ingieren las partículas de plástico más pequeñas. Los científicos de la Fundación de Investigación Marina Algalita han encontrado las mismas sustancias químicas que componen el plástico en los tejidos de los peces. Cuando un depredador, ya sea un animal más grande o el ser humano, se come el pescado contaminado, las toxinas pueden ser transmitidas y acumuladas en el cuerpo.


La isla de basura descubierta casualmente por el capitán Charles Moore hace ya una década, cuando volvía de una competición de vela en Hawai, no tenía este tamaño. El pasado verano volvió al lugar acompañado de tres organizaciones independientes de investigación para comprobar cómo se acumulaba la porquería. Uno de ellos, el proyecto Kaisei, con sede en San Francisco, se ha comprometido en la búsqueda de una manera de limpiar el parche. La montaña de basura se ha hecho tan popular que algunas figuras de Hollywood como Edward Norton o Ted Danson colaboran con organizaciones conservacionistas en la lucha por proteger los oceános y contra estos fenómenos. Moore cree que existen islas parecidas en los Sargazos, el Atlántico y la costa de Japón.

EN PLAYAS SALVAJES

Aunque es difícil saber cuánta basura hay en el mar: el plástico se hunde y los temporales lo sacan a la superficie. Y, aunque no se degrada, la acción de la luz del sol lo parte lentamente. Sus fragmentos son cada vez más pequeños, pero incluso reducido a moléculas invisibles, siguen ahí. En realidad, no. Una parte importante del plástico del océano está en el estómago de los animales. Y, para comprobarlo, no hace falta irse al Pacífico.

En 1998, un roncual común de 19,5 metros de largo (el segundo animal más grande de la Tierra, del que se estima que quedan unos 50.000 ejemplares) murió en la playa de Oriñón, en Cantabria, con 50 kilos de plástico en el estómago. Y los animales pequeños tampoco se libran. Moore está investigando a los mictófidos, unos peces diminutos, y ha encontrando a un ejemplar de 6,3 centímetros que tenía 84 pedazos de plástico dentro.

La basura está en todas partes. Y es más evidente en las zonas salvajes. Un ejemplo es el archipiélago de Lamu, en Kenia. Sus casi 5.000 habitantes sólo tienen dos coches -uno, el del gobernador provincial, y otro el de una ONG británica que ha establecido un hospital para cuidar a los 3.000 burros que viven en el archipiélago-, lo que no impide que Carolina de Mónaco posea cuatro casas allí, y que Mick Jagger y Madonna sean visitantes habituales. Con sus playas absolutamente vacías, salvo por la presencia de millones de cangrejos y por los rastros ocasionales de las tortugas marinas que van a desovar, Lamu, cuya ciudad principal ha sido declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad, es la quinta esencia de un paraíso tropical. Sin embargo, Atwaa Salim, que ha iniciado en colaboración con el Hotel Peponi, situado en el pueblo de Shela, una serie de programas de conservación del medio ambiente en la zona, sabe que las apariencias engañan.

En 2007, Salim organizó a 40 escolares de Lamu para que recogieran basura de la playa. «Cubrimos siete kilómetros y encontramos 1,6 toneladas de basura. Solamente de chanclas encontramos 400 kilos», explica el joven, risueño, con barba corta, en su despacho, justo bajo una reproducción de tortuga marina hecha con plástico recogido de la playa. Una visita, horas después, a un remoto manglar -un bosque cuyos árboles crecen en el mar- en la vecina isla de Manda confirma esas palabras. Entre el barro y las raíces semisumergidas, y rodeados por millones de cangrejos violinistas, aparecen bolsas, un preservativo, un mechero y una pelota de tenis.

Al otro lado de Manda está la que acaso sea la playa más salvaje que se pueda imaginar. En sus 15 kilómetros de dunas sólo vive una familia, pero Salim cree que allí probablemente habrá más de media tonelada de basura por kilómetro de costa.


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